martes, 24 de diciembre de 2019

La Oveja Grinch de la Familia



De los recuerdos más bellos que tengo de mi juventud son las Navidades, siempre he sido muy emotiva y la víspera por si sola me llevaba a un estado de euforia total.
La música, los atuendos, los adornos, las actividades... etc. Todo lo disfrutaba al máximo y el 24 era como la guinda de mi pastel.

Cuando nacieron mis hijos la Navidad tuvo un giro diferente, ya no era para mí, era para que ellos aprendieran y disfrutaran todo, además mi rol era otro, sin embargo, los preparativos me seguían dando esa felicidad que antes me daban otras actividades. 
Amo cocinar así que cada Navidad estrenaba una receta nueva para preparar la cena y así viví mis Navidades durante los últimos años. 

Reconozco que con el paso del tiempo empecé a notar ciertos aspectos negativos en medio de tan sublime celebración y no voy a negar que poco a poco fueron opacando mi alegría por dicha fiesta. 

Soy respetuosa de quienes ponen sus decoraciones desde noviembre y comprendo el interés de las empresas en aumentar sus ventas y motivarlas con meses de anticipación pero eso, lejos de alimentar mi espíritu navideño, este año me abrumó y si a eso le sumamos una silla vacía en nuestra mesa, realmente no  quería saber nada que tuviera que ver con Navidad.

Hace unos días meditando frente al calendario me pregunté en dónde había quedado mi yo navideño. Me extrañé a mi misma. 
Busqué entre mis razones una totalmente "válida" para no querer celebrar la Navidad y la encontré en Juan 10:10 El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Y ahí mismo encontré la razón por la cual si debo dar gracias y celebrar la Navidad. 

Así que en ese momento le di "Play" a mi lista de villancicos como para inyectarle armonía al alma  y me dispuse a tener una mejor actitud en estas fiestas.


Ciertamente este año fue muy duro para mí, hubieron muchos altibajos y en medio de las circunstancias se que estoy mejor de lo que probablemente muchas personas están en este momento. 

Hoy como todos los años, la pierna de cerdo ya está en el horno, huele delicioso, por cierto y en unos minutos la algarabía de mis niños romperá el silencio que ha habido en mi corazón en esta víspera. 

 Llegadas las 12:00 a.m. celebraremos la verdadera razón de esta fiesta, el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador y quien a pesar del disfraz  verde que traía puesto, me ama. 



jueves, 10 de octubre de 2019

La Última Cena

Es día jueves y la hora de cenar esta encima, no tengo idea qué voy  preparar hoy pero de lo que si estoy segura es qué es lo que NO voy a servir ni hoy, ni el próximo jueves y, ¿Quién sabe cuántos jueves más? Así es, no voy poner en mi mesa ni para mí ni para mi familia un Pache.


 ¿La razón? Un día como hoy, hace dos meses degusté por última vez este delicioso platillo y el recuerdo que viene a mi mente no es del todo agradable, más bien, empaña de a poco la mirada y aclaro que no se debe a un mal sabor de boca sino a la procedencia del mismo. 



Es increible como algo tan sencillo como recibir de una mano generosa la cena para la familia se volvió la antesala del trago más amargo que he dado hasta el momento. 



Iban ya dos jueves consecutivos en los que mi suegro, por cuenta propia, salia comprar los Paches y me los daba para la cena, al día siguiente preguntaba, ¿Les gustaron los paches? con cierta satisfacción en la mirada al saber que nos había "echado una mano" con la comida. 


Pero el viernes siguiente ni me preguntó, ni pude decirle que sí, estaban ricos los paches...Él ya se había ido cuando llegamos a verlo. 

Al momento de saber de su partida no me pude quebrar, tenía que estar fuerte porque había alguien más que estaba desmoronado y necesitaba de mi apoyo para sostenerse, mi esposo.



Sin embargo, esas cosas que a veces parecen tan cotidianas y no parecen tener relevancia son las que más se llegan a sentir ante la ausencia de los seres que amamos y que solo con el paso del tiempo vamos viendo cuánto nos faltan. 


No se si tuve una gran relación con mi suegro, no se si fui la mejor nuera, solo sé que íbamos juntos al mercado, salíamos a barrer la basura de los cohetes que quedaban en la calle pasado el 24 de diciembre, me ayudaba con la limpieza de la cocina mientras yo atendía a los niños, charlabamos de política, mecanica y fútbol, veíamos las noticias y armabamos tremendo debate. Aplaudía en primera fila mis recetas. A veces también discutiamos por nada y a veces me daba la razón en todo pero siempre, siempre me hacía reír.

Ayer se cumplieron dos meses desde que se fue y en ocasiones todavía pienso en venir a comentarle algo que observé por ahí, a veces todavía me surge el impulso de preguntarle algo, a veces pienso que quien llama por teléfono es él. 

No, creo que no he asimilado del todo su muerte, veía ese día como algo tan, tan  lejano y repentinamente ocurrió, no se si compartí lo suficiente con él o no, lo único que puedo decir es que uno nunca sabe cuanto puede llegar a extrañar a alguien hasta que ya no está. 

Definitivamente cenaré cualquier cosa menos un Pache, tan solo el aroma que emana del lugar donde los venden trae a mi memoria aquella noche, la última que lo vimos con vida y aunque en mi mente resuenan sus bromas el corazón todavía no supera esa cena, la última. 
















viernes, 12 de julio de 2019

De: mi, Para: mí

La noche del pasado martes fue un poco pesada para mí, salí tarde de trabajar, en consecuencia encontré una extensa cola de  trafico camino a casa y por si fuera poco la guinda del pastel... una fuerte discusión con "alguien" que terminó en profundo silencio por el resto de la noche y así me fui a la cama.

En los últimos meses he aprendido a  cuidar el primer y ultimo pensamiento del día, a guardar mi corazón como dice Proverbios 4:23.  Así que esa noche medité en lo que había ocurrido y decidí que eso no iba a quitarme el sueño. Dormí muy bien.
Al levantarme antes de dar tiempo al recuerdo de la mala noche, me puse en oración y le pedí a Dios que me permitiera pasar el día en paz, que no permitiera que esa incomoda noche afectara el nuevo día, lo puse en sus manos y,  Él tan bueno como siempre es, me brindó un hermoso amanecer. 

Sé que no soy la primera o la única que llega delante de Dios a pedirle una ayudadita por haber tenido una mala noche o por querer un mejor día, somos muchos lo sé, sé también que a todos nos responde y nos da ese bienestar que tanto necesitamos. Pero también sé que no se trata solo de llegar delante de Él y dejarlo todo en sus manos, Él mismo nos ha mandado a ser esforzados y valientes. 

Por lo tanto, al terminar la rutina con mis niños, me dispuse a hacer algo por mi, más que llegar a dejar delante de Dios el problema y esperar a que él haga todo el trabajo para que yo me sienta bien y tenga algún motivo para sonreír,  y no porque dude de Él, sino porque creo que  somos responsables de nosotros mismos y debemos ser intencionales en encontrar nuestra felicidad. A veces creemos que es obligación de Dios o de otras personas, es más demandamos de ellos, incluso nos ofendemos o deprimimos por no hacernos sentir bien o alegrarnos el día y nos olvidamos que quien debe provocar esa felicidad en nuestra vida somos nosotros mismos. 

Regresando de dejar en el colegio a mi Guapo, paré en una venta de flores, habían diferentes tipos, todas muy lindas y olorosas, había variedad de colores y hasta un equipo de abejas haciendo su labor polinizadora, era un cuadro digno de contemplar. 

La propietaria al ver que me bajé del carro de inmediato se acercó a ofrecerme su producto y con mucho entusiasmo decidí cuales llevaría, sí ¡Compré un ramo de flores para mí! surtí en tres colores la media docena de gerberas que escogí una por una, pedí que las colocaran en el ramo a mi gusto, pagué y me subí al carro de nuevo.

Las coloqué con mucho cuidado para que no se dañara un solo pétalo y antes de entrar a mi oficina hice una ultima parada en la tienda de manualidades y compre un listón para decorar el ramo, por supuesto, de mi color favorito, ese que tanto me alegra. Yo misma hice el moño, lo ajusté y coloque en el florero que tenia años vacío en mi escritorio, quedaron bellisimas al lado de mi computadora. 

Cuando entré a la oficina no tardaron en preguntarme, ¿Quien me las había regalado? hubieran visto ustedes el gesto de sorpresa cuando les respondía que yo misma las había comprado. Es más, me atrevo a decir que ni siquiera me creyeron pero ese ya  no es mi asunto.

Mi punto de todo esto es que más que las propias flores el hecho de hacer algo que a mi me agradara, algo que yo sabia que me iba a alegrar, algo que era totalmente a mi gusto, algo que venia con lo mejor de lo mejor, el amor propio, fue lo que me llenó de felicidad. 
Me dije, ¿Por qué cuando alguien más se siente mal hacemos de todo para mejorarle el rato y cuando nosotros estamos mal no hacemos algo? ¿Por qué esperar a que sea alguien más quien traiga las flores? ¿Por qué hablamos de dar lo mejor de nosotros a otros y nos olvidamos de dárnoslo  a nosotros mismos? 

Hagámonos felices, compremos flores, pongamos buena música, tomemos un buen café o lo que sea que nos guste pero antes de intentar hacer feliz a alguien más, hagámonos felices a nosotros mismos. 







miércoles, 26 de junio de 2019

La Máquina del Tiempo...


Hace unos días, platicando de todo un poco con Lucía, de repente me pregunta -Mamí, ¿En verdad existe la máquina para viajar en el tiempo?- a lo cual respondí -No, no existe- y como es tan perspicaz volvió a preguntar -Mamí, ¿Pero con la tecnología que hay, nadie ha inventado la máquina para volver al pasado? nuevamente respondí -No, nadie ha inventado algo así- No convencida volvió a preguntar -Mami, ¿Y para ir al futuro, han inventado alguna máquina? ya yo, un tanto agotada busqué una respuesta que aclarara sus dudas así que le dije -Mi amor, al futuro puedes viajar con la mente, cuando haces planes y tienes la visión para alcanzarlos es como si viajaras al futuro, puedes hacerlo con la mente y con el corazón- Pero ella es demasiado grande y brillante por lo que inmediatamente dedujo que si así viajábamos al futuro, entonces habría una forma de viajar al pasado y no tardó en hacer de nuevo la pregunta ¿Así también podríamos viajar al pasado? respire profundo y le dije -Al pasado puedes viajar con los recuerdos, fotografías, vídeos, cartas que te hayan enviado, visitar lugares en donde hayas estado o con la música- En ese preciso momento, ¡Yo misma me sorprendí! Y para disipar sus dudas y, para mi propio alivio le dije -Cualquier dispositivo en donde puedas escuchar música que te traiga buenos recuerdos puede ser "La Máquina del Tiempo" y sonreímos felizmente.

Quien sabe si ella recordará en algún momento esa conversación, lo que sí se es que yo quedé encantada al escucharla cuestionar a cada una de  mis respuestas, siempre queriendo descubrir más y más, y por otro lado abrace el sentimiento casi indescriptible que me produce viajar al ayer a través de una canción.

Estoy plenamente convencida que sin excepción, todos tenemos al menos una canción que nos lleve a mil novecientos noventa y pico, principios del dos mil...Justo al lado de alguien...
Ahí en ese lugar donde solíamos sentarnos... En esa época del año... Cuando éramos... Cuando pensábamos que.. .Cuando no sabíamos que... Cuando soñábamos con... Cuando creíamos que... etc. 

Ahora que los años han pasado y han surgido nuevos cantantes y nuevas modas, diría Vico C, cada vez que escucho esas canciones que sonaban en mi niñez, adolescencia y juventud me resulta incontenible la emoción, vuelvo a sonreír con la misma intensidad que en aquella época, volver la mirada al pasado y encontrar a aquella soñadora que yo era me hace vibrar, me vuelve a inspirar.

La música es estremecedora, es fascinante, capaz de hacer brotar hasta el más profundo y oculto de los sentimientos, es la voz del alma, hoy en día mi teléfono celular  es mi Maquina del Tiempo, de piloto mi "play list" que en ocasiones me lleva ida y vuelta hasta mis más remotas memorias y cuando lo decido, solo para revivir el recuerdo,  me instalo en determinada época entre las notas de alguna de mis favoritas.