La semana pasada, ya no recuerdo qué día exactamente tuve un amanecer un tanto complicado, nada grave, solo una increíble travesura a las 6:00 a.m. Después de un respiro y de limpiar el desastre que mi bebé de 16 meses armó todo parecía volver a la normalidad hasta que, dieron las 8:00 a.m. y empezó la jornada laboral...No entro en detalles porque no me quiero enfocar en esas cosas negativas, pero sí, así de complicado estaba el día.
No acostumbro a huir de los malos ratos pero era evidente que necesitaba calmarme, tomé mi billetera y salí de la oficina, caminé directo al mercado, ¡Sí al mercado!
Fue una decisión totalmente acertada, caminé dos cuadras apresuradamente, aún inhalaba y exhalaba enojo, pero al llegar, la persona que mide la temperatura corporal me dio la bienvenida, amablemente me aplicó gel antibacterial y me abrió paso a una breve terapia que reinició mi dia.
En la entrada una colorida venta de frutas me alegró la vista, en cada puesto un vendedor invitándome a comprar sus productos. Variedad de granos básicos y fragantes especies.
Seguí mi camino hasta el puesto de los jugos, pedí uno de zanahoria y como quien no tenía nada más que hacer observé detenidamente cómo las procesaban. Olía delicioso.
Luego dí una vuelta por el puesto de las verduras en donde siempre compro, la señora que ya me conoce, con la sonrisa que acostumbra y que pude ver a través de sus ojos, me preguntó -¿Qué va a llevar hoy "seño"?- Contemplé por un momento las elegantes berenjenas que sobresalían del canasto donde estaban colocadas, respiré muy profundo y a pesar de la mascarilla el aroma de los limones, chiles pimientos, papas, lechugas, manojos de hierbas frescas y unos largos apios llegó hasta mi sistema límbico, fue muy relajante. Me decidí por unos aguacates, unas cebollas moradas, una libra de tomates y media libra de champiñones. Olían riquisimo.
Atrás del puesto de las verduras está ubicado el puesto de mis frutas favoritas, unas bellas y muy rojas fresas me enamoraron, además habían unos hermosos racimos de uvas verdes que hacía varios días no degustaba y que la jovencita que atiende el puesto me persuadió, sin mucho esfuerzo, de comprar. No quería moverme de ahí, no solo por lo atractivo de los bananos y las chapudas manzanas que también habían sino porque además, olía exquisito.
Ya con varias bolsas en la mano, recordé que necesitaba unos utensilios de limpieza, así que tomé el pasillo para ir a comprarlos, ¡Oh sorpresa! Ahí en ese mismo pasillo está ubicado el puesto de las plantas, no pude evitar detenerme, unas hermosas rosas amarillas me alegraron tanto que, sin preguntar cuánto costaban compré, la señora me dio a escoger el manojo que más me gustaba y mientras quitaba los que estaban encima del que yo quería el perfume de todas las demás se esparció en el ambiente. Olía a frescura.
Una vez que compré lo que necesitaba quise dar una vuelta más por todo el mercado, aproveché que eran pocas las personas que estaban comprando y disfruté del aroma que había ahí dentro; frutas y vegetales frescos, algunos escurriendo agua aun, otros con el marrón de la tierra en donde fueron cultivados, bellos colores que sin tener un orden estricto combinan un hermoso lienzo.
No quería salir, se respiraba mucha paz, olía a gente alegre y trabajadora, olía a la pureza de la naturaleza.
Siempre he dicho que una de mis partes favoritas del día domingo es el momento en el que voy al mercado y es precisamente por ese aroma tan único, pero hacerlo entre semana, a mitad de un día laboral y después del momento tan tenso que había tenido, ese aroma tan característico del mercado fue la mejor terapia que me pude haber dado.
Bueno, conozco personas cuyas narices rebosan felicidad cuando ven acercarse el camello a venderles ese polvito blanco.
ResponderEliminarUna pena por ellos, doy gracias a Dios que no sea mi caso :)
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