Mi temporada favorita del año es el verano, amo el sol, el calor y especialmente los cielos despejados. Encuentro tantos beneficios y comodidades en el verano, tanto que por muchos años desee en secreto que el verano fuera eterno.
Desde niña he preferido sentir el calor intenso del sol o el frio de los vientos del otoño ante las inclementes lluvias.
Parte de mis preferencias derivan de inviernos difíciles en mi infancia, sumado a eso mi alergia a la humedad, el tráfico que se genera cuando llueve y desde que soy mamá el tener que lidiar con el lavado y secado de la ropa durante el invierno me provocaba mucho rechazo a la época.
Cada año a medida que iban avanzando los meses, el verano iba menguando y veía acercarse el invierno entraba de manera muy, muy discreta en un estado de ánimo decadente...Una mezcla de enojo, tristeza, angustia se apoderaban de mí. Muchas veces sentía que el invierno me superaba, más que nublarse el cielo sentía que se nublaba mi alma.
Sin embargo, este año después de un verano incandescente, de noches sin poder dormir a causa del calor empecé a desear que llegara el invierno, como se dice coloquialmente estaba ¡Esperando el agua de mayo! El día que llovió recio por primera vez en este año me sentí tan agradecida; escuchar el sonido de la lluvia y sentir el ambiente fresco me provocó, incluso, salir a contemplar el invierno. Ese día me propuse, por salud mental, darle una oportunidad al invierno, de forma consciente empecé a "tenerle paciencia" al invierno.
Bien sabido es que tanto el verano como el invierno tienen su propio apogeo, aquí en Guatemala septiembre es el mes de fuertes y prolongadas lluvias, se abre la temporada de tormentas y huracanes.
Anoche, mientras preparaba la cena la llovizna copiosa que había estado cayendo durante la tarde se tornó más intensa, empecé a ver como se iluminaba la noche con la luz de los rayos que seguramente rompieron en algún lugar cercano y acto seguido el estruendo de los truenos en el cielo. Al principio pensé que seria solo la antesala de una larga noche de lluvia, pero no fue así, la tempestad iba en aumento. Mis hijos empezaron a asustarse y en mi interior la pena por mi familia, por las personas que podrían estar en la calle o las que no tienen un lugar seguro para resguardase me llevó a ponerme en estado mental de oración. Pero la tormenta seguía así que para tratar de calmarlos a ellos les dije que no gritaran, sino que escucharan atentos la voz de Dios, para eso ya estábamos sentados en el comedor así que decidí leerles la Biblia, Job 37:1-24 RV1960 donde él describe las maravillas de Dios manifiestas en la naturaleza. Yo misma quedé impresionada al leer esa porción de la palabra.
Al igual que Job, en ese momento mi corazón se estremeció, pero esta vez fue especial, porque entendí que la fuerza de la naturaleza es una explicación más del poderío de Dios, ver la tempestad y conocer que a Él y solo a Él le obedecen los vientos y los mares, que es Él quien hace llover o secar la tierra me dio otra visión del invierno.
Leí dos veces ese capitulo e hice referencia a mis hijos de cómo cada uno de esos versículos se aprecian en cada época del año y de cómo debíamos orar y agradecer por cada estación del año.
No se nada del clima o de meteorología, lo único que se es que esta vez fue una de las formas en las que Dios habló a mi corazón y me enamoró más de Él.
Pasados unos minutos de este sublime momento, la tormenta cesó y en mi corazón hubo gozo y mucha paz.